Un Salto en la Oscuridad

 


Todo empezó con un apagón.

Mateo estaba en casa de sus abuelos, una antigua casona de pueblo con techos altos, muebles que crujían al mínimo movimiento y un desván lleno de objetos cubiertos de polvo. Aquella noche, mientras una tormenta rugía afuera, la luz se fue de golpe. Su abuelo murmuró algo sobre los viejos fusibles y bajó al sótano con una linterna. Mateo se quedó solo en el salón, rodeado de sombras.

Pero entonces escuchó un ruido. Un leve roce, como uñas arrastrándose por el suelo. Al principio pensó que era el viento… hasta que volvió a sonar, más cerca.

La oscuridad era total. No podía ver nada, ni siquiera su propia mano. Pero de pronto, una chispa. Un relámpago iluminó la habitación por una fracción de segundo… y Mateo vio algo.

Al otro lado del cuarto, una figura alta, encorvada, sin rostro.

La luz desapareció. Oscuridad. Silencio.

—¿Abuelo? —susurró.

Otro relámpago. La figura estaba más cerca.

Mateo dio un paso atrás. Luego otro. Pero la oscuridad volvió a tragárselo todo.

Entonces lo entendió: cada vez que había luz, el monstruo se acercaba.

Debía moverse en la oscuridad. Con cuidado. En silencio.

Con cada flash del cielo, Mateo veía momentáneamente el suelo frente a él, muebles como plataformas, huecos entre ellos. Era como un juego: saltar en el momento exacto, antes de que la criatura pudiera alcanzarlo.

Saltó desde el sofá al escritorio. Esperó. Otro relámpago. La figura se había detenido... parecía estar escuchando. Mateo contuvo la respiración. El trueno retumbó.

Corrió hacia la escalera. Un nuevo relámpago reveló que el monstruo se arrastraba tras él, cada vez más rápido, más cerca.

Saltó.

Cayó mal.

Su rodilla golpeó la madera y soltó un gemido. Silencio otra vez.

Y entonces, un susurro. Justo al oído.

—Muy cerca…

Mateo se levantó como pudo. Otra chispa de luz. ¡La puerta del desván! Corrió, la abrió de golpe, entró y cerró con fuerza. Oscuridad total.

La figura ya no estaba.

Entonces, una pequeña luz se encendió. Era la linterna de su abuelo.

—¿Mateo? ¿Estás bien?

Mateo estaba temblando, pero asintió.

Desde entonces, cada vez que hay tormenta, él cierra todas las puertas y se asegura de no estar solo en la oscuridad. Porque sabe que algo vive en ella.

Y espera.

Solo necesita un parpadeo de luz…
para dar el siguiente salto.

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